Historia Antigua - Universidad de Zaragoza - Prof. Dr. G. Fatás

Selección de textos sobre Augusto

La ira de Augusto
Séneca, De la clemencia IX, 1
He aquí lo que, en su vejez o al declinar de su vida, hizo Augusto. En su juventud fue acalorado, irascible y cometió varios crímenes sobre los que rememoraba a disgusto. Nadie se atreverá a comparar vuestra clemencia con la del Divino Augusto, ni aun poniendo en la balanza, junto a sus años juveniles, su caduca ancianidad. Es verdad que mostró clemencia y moderación: pero ello fue tras enrojecer el mar de Accio con sangre romana, luego de haber aniquilado en Sicilia tanto sus naves como la de sus enemigos y tras las hecatombes de Perugia y las proscripciones.

Suetonio, II, 15 ss.
Cuando tomó Perugia mandó ejecutar a la mayor parte de los defensores. Y a quienes intentaban pedirle gracia o presentar alguna atenuante, les interrumpía secamente con un solo latiguillo: "Fuerza es morir". Algunos escriben que eligió a trescientos de entre quienes habían capitulado sin condiciones, escogidos de entre senadores y caballeros, y mandó degollarlos como a reses, el primero de marzo, ante un ara erigida en honor del divino Julio [César].

[...] Antonio el Menor era el mayor de los dos hijos [de Marco Antonio] habidos de Fulvia. Éste, tras muchas y estériles súplicas, se refugió al amparo de la estatua del divino Julio [César]. Augusto mandó que lo arrancaran de allí y ejecutarlo. Lo mismo hizo con Cesarión, a quien Cleopatra pretendía haber engendrado de César, padre de Augusto. Lo mandó capturar cuando ya había huído y darle muerte.

Suetonio, II 24
La disciplina la exigió con máximo rigor. No daba permiso ni aun a sus propios lugartenientes para que viajasen a ver a sus mujeres, salvo necesidad mayor y, desde luego, durante los meses de invierno. Cierto miembro del orden de caballeros, para librar a sus dos hijos adolescentes del servicio militar, les cortó los pulgares y Augusto mandó venderlo, con todos sus bienes, en pública subasta [...] Licenció entera y de modo deshonroso a la Legión X, por mostrarse algo remisa a cumplir sus órdenes. Y del mismo modo disolvió, con pérdida de todo derecho de jubilación y por servicios prestados, otras legiones que habían solicitado el licenciamiento de manera descomedida.

Cuando una cohorte retrocedía y abandonaba terreno, diezmaba a sus componentes y le entregaba cebada por comida. Cuando abandonaban la posición, el castigo para los centuriones era la muerte como si fuesen simples legionarios. Para los otros tipos de delito prescribía diversas penas degradantes, como tenerlos en pie por todo un día ante la tienda del general, a veces vestidos sólo con la túnica desceñida y, otras, sosteniendo una pértiga de diez pies o un fardo de forraje.

Suetonio, II, 27
Fue el único que se empecinó tercamente en que no se perdonase a nadie [en la época de las Guerras Civiles]. Así, llegó a proscribir al propio Cayo Toranio, que fuera su tutor y colega de su padre, Octavio, en la edilidad. Julio Saturnino nos guarda este otro suceso. Terminada ya la larga serie de proscripciones, Marco Lépido se levantó en el Senado para excusar el pasado y dar esperanzas de clemencia en lo porvenir, habida cuenta de que ya se habían impuesto muchos castigos. Augusto, por el contrario, proclamó "que no por poner fin a las proscripciones tenía las manos atadas en absoluto" [...] Levantó muchas llamaradas de inquina. Véase algún ejemplo [...] Tedio Afro había sido designado cónsul. Pues, bien: como se permitiera censurar con expresiones un poco elevadas de tono cierta acción de Augusto, éste actuó de modo que, a fuerza de amenazas, le infundió tal miedo que acabó tirándose por un precipicio.

Quinto Galio era pretor. Un día, en que fue a saludarlo y cumplimentarlo, llevaba bajo la ropa unas tablillas plegables. Augusto creyó que escondía una espada, pero no se atrevió a hacer más indagación en ese momento, para no quedar desairado si resultaba tratarse de otra cosa. Pero, al poco, mandó a sus centuriones y soldados que lo apresaran y, actuando como juez, le aplicó la tortura, como a los esclavos. Al no confesar culpa ninguna, lo mandó degollar, no sin antes haberle sacado él mismo los ojos por su misma mano. La versión que escribió Augusto fue que Quinto Galio le había pedido audiencia y que atentó contra su vida, por lo que fue encarcelado. Y que luego se le dejó ir, con prohibición de residir en Roma, muriendo, finalmente, en un naufragio o a manos de bandidos.

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