Historia Antigua - Universidad de Zaragoza - Prof. Dr. G. Fatás

SOBRE LOS PRIMEROS CRISTIANOS : EVOLUCIÓN DEL PRIMER CRISTIANISMO

Desarrollo de la Iglesia y su organización

Durante la primera generación cristiana, la autoridad residía en los parientes de Jesús o en aquellos a quienes Jesús había encomendado un trabajo como apóstoles suyos. La iglesia de Jerusalén estuvo regida por Santiago, hermano de Jesús, y fue la comunidad matriz: Pablo admitió que si se hubiese negado a reconocer a sus gentiles conversos, su trabajo habría sido baldío. Si hubo algún intento de imponer una autoridad dinástica o de linaje en la Iglesia, no tuvo éxito. Entre las comunidades cristianas de gentiles, los apóstoles enviados por Jesús fueron la autoridad suprema y, mientras vivieron, fueron la voz autorizada a la que se apelaba para cualquier asunto. Pero, una vez muertos, se planteó la ardua cuestión de la autoridad. Los documentos primitivos de la segunda y la tercera generación de cristianos se refieren sobre todo a este asunto: ¿cuál es la autoridad de la jerarquía ministerial? Las comunidades de origen apostólico habían sido atendidas normalmente por "mayores" (presbíteros: a la vez, "mayores" y "más venerables") o "inspectores" (epíscopos = obispos), ayudados por asistentes (diáconos). El clero era responsable de la predicación, el bautismo y la Eucaristía y de la distribución de bienes a los pobres. En cada ciudad, el presidente o miembro más venerable del colegio de presbíteros poseía una autoridad especial, se escribía con otras iglesias y, cuando ordenaban a un nuevo presidente, éste había de ser representante de su comunidad pero, al tiempo, un símbolo de la catolicidad (universalidad y unidad) de la Iglesia del Cristo.

Ignacio, obispo de Antioquía a comienzos del s. II, escribió siete cartas en su camino al martirio en Roma, subrayando cómo el problema de la autoridad podía ser crítico en la Iglesia a causa de diversas fuerzas centrífugas. El obispo, insistía, es el único foco de unidad sin cuya autoridad no hay ni sacramento ni iglesia. Pocos años antes (h. 95), Clemente, obispo de Roma, escribió otra a la iglesia de Corinto basando la autoridad de la jerarquía en el concepto de sucesión histórica de discentes debidamente autorizados. Clemente entendía a clero y laicos como dos órdenes esencialmente diferentes en cada comunidad, al igual que en el Antiguo Tetamento había sumos sacerdotes, sacerdotes, levitas (funcionarios del Templo) y laicos. Las doctrinas de Clemente e Ignacio cobraron importancia cuando la Iglesia se enfrentó con fieles que reclamaban autoridad en virtud de algún don carismático y especialmente con los gnósticos que decían poseer tradiciones evangélicas orales y secretas confiadas por Jesús a sus discípulos pero no contenidas en versiones públicas y accesibles como los Evangelios.

La autoridad de la jerarquía oficial se reforzó con el resultado de otro debate del siglo II, sobre la posibilidad de absolver los pecados cometidos tras el bautismo. El Pastor de Hermas, libro que tuvo carácter canónico en algunas iglesias, sostenía que un rigor excesivo generaba hipocresía. En el siglo III, la antigua idea de iglesia como asociación de gente santa fue poco a poco sustituida por la de una escuela de pecadores frágiles. A pesar de las protestas y del cisma que encabezó Novaciano, obispo de Roma en el 251, el consenso final sostuvo que el poder de atar y desatar (Mateo 16 18), de excomulgar y absolver, residía en los obispos y presbíteros a causa de su ordenación específica.

La cristiandad primitiva fue sobre todo urbana. Los campesinos se sentían profundamente unidos a las costumbres ancestrales, estimuladas por los grandes terratenientes. Hacia el 400, algunos señores convertidos construyeron iglesias en sus propiedades, dotando un ³beneficio² para el sacerdote, a menudo algún servidor allegado al magnate. En Oriente y África, cada comunidad urbana tenía su obispo. En Occidente hubo menos obispos, con jurisdicción sobre territorios mayores que, desde el siglo IV, tomaron del mundo laico el nombre de diócesis (un distrito administrativo). En esa época, la presión para alinear Occidente con Oriente y multiplicar sus obispos encontró resistencia pues implicaba una mengua del estatuto social de los obispos. A fines del siglo III, el obispo de la capital provincial ya tenía alguna autoridad sobre sus colegas: el metropolitano (desde el siglo IV llamado a menudo arzobispo, ³archi-obispo² u obispo superior) era el encargado de consagrar a sus colegas episcopales. Los obispos de Roma, Alejandría y Antioquía en el siglo III tenían cierta autoridad fuera de sus provincias. Junto con Jerusalén y Constantinopla (fundada en el 330), esas sedes fueron vistas en Oriente como las cinco ³patriarcales². El título de Papa (³padre²) fue durante 600 años un vocablo afectivo aplicado a cualquier obispo con el que se tuviera relación íntima y comenzó a ser usado regularmente por los obispos de Roma desde el siglo VI, de forma que en el IX ya se les aplicaba casi en exclusiva. Desde el comienzo, los cristianos de Roma se consideraron responsables en especial respecto de la dirección de la Iglesia. Hacia el 165 se erigieron monumentos a Pedro, en el cementerio de la colina Vaticana, y a Pablo en la vía a Ostia. Esta erección transmite un sentido de custodia de la tradición apostólica, conciencia que también se aprecia cuando, hacia 190, el obispo Víctor de Roma amenazó con la excomunión a los cristianos de Anatolia que, de acuerdo con un uso antiguo, celebraban la Pascua el día de la Pascua judía y no, como en Roma, el domingo después de la primera luna llena tras el equinoccio de primavera. Esteban de Roma (256) es el primer obispo de Roma de quien se sabe que reivindicó su primacía sobre las base del encargo de Jesús a Pedro (Mateo 16 18).

Los obispos eran elegidos por sus congregaciones de clérigos y laicos reunidos, pero el consentimiento de los laicos fue perdiendo importancia a medida que aumentó la del reconocimiento por parte de otras iglesias. El obispo metropolitano y los demás de la provincia fueron enseguida tan importantes como la propia congregación y, aunque nunca pudieron imponer como obispo a alguien que tuviese la decidida hostilidad de su grey, evitaron con frecuencia que lo fuese quien estaba controlado por algún grupo más o menos poderoso, familiar o comunitario, de laicos. Desde el siglo IV, también los emperadores intervinieron episódicamente para proveer sedes importantes, pero esos casos fueron excepcionales, hasta el siglo VIII en la Galia merovingia.

Los primeros cristianos: Cristianismo y Estado.
Los primeros cristianos: índice.


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