Atanasio, Sobre los sínodos, 15: "Dios mismo, según es, es inefable para todos. Único que no es igual a otra persona, ni semejante, ni con la misma gloria. Lo llamamos no engendrado en oposición a lo que es de naturaleza engendrada [alusión al Hijo]. Lo celebramos como sin principio, en relación con quien tiene principio. Lo veneramos eterno frente a quien nace en el tiempo. El que no tiene principio estableció al Hijo, principio de sus criaturas, y tras haberlo generado lo adoptó como Hijo. Nada tiene propio de Dios por su propia sustancia, por ni es igual a Él ni siquiera consustancial (homoousios) [...] La Trinidad no consta, pues, de glorias semejantes. Sus sustancias no se mezclan en un conjunto. Una es de gloria mayor que otra, hasta el infinito. El Padre es otro que el Hijo por su esencia, pues no tiene principio. Entiende, pues, que existía lo Uno y que lo Dual no existía antes de nacer. Así, cuando el Hijo aún no es, el Padre es Dios. Y ahora, el Hijo, que no era, pues tomó existencia de la voluntad de su Padre, es Dios monogeno y distinto del uno y del otro [del Padre y del Espíritu]."
Los primeros cristianos: El nuevo poder de la Iglesia.
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